Una historia creada por sobreanimales.com

Azulito era un guacamayo majestuoso, de plumaje azul intenso como el cielo de verano y mirada viva como una chispa en medio de la noche.
Había crecido en el calor de una carpa colorida, entre risas, luces y aplausos.
Era el alma de un pequeño circo ambulante, donde realizaba trucos que dejaban a los niños con la boca abierta y a los adultos con el corazón lleno de ternura.
Volaba entre aros, decía su nombre, y se posaba en la cabeza del payaso con una precisión admirable.
Era más que un espectáculo: era un símbolo de alegría y dedicación.
Pero los años pasaron.
El circo comenzó a perder su esplendor. Las lonas se desgastaron, las luces se apagaban con más frecuencia, y los asientos empezaron a vaciarse.
Muchos artistas se fueron, otros envejecieron, y el público cada vez era menor.
Azulito, aunque ya viejo, con las plumas menos brillantes y el vuelo más lento, seguía allí.
Fiel. Digno. Leal al arte.
Un acto frente al olvido
Una tarde, durante una función particularmente solitaria, solo cuatro personas se sentaban en las gradas.
Afuera, el viento movía la lona como suspiros de un tiempo que ya no volvería.
Azulito inició su rutina como siempre, con una reverencia graciosa.
Voló, giró, y aterrizó.
Pero en su último giro, una de sus plumas —azul, brillante, aún viva— se soltó y cayó suavemente al suelo polvoriento de la carpa.
Azulito la miró desde lo alto del mástil central.
Y por un momento, se quedó quieto.
Como si comprendiera que esa pluma no era solo parte de su cuerpo…
Era un símbolo.
El símbolo de todo lo que fue, de todo lo que dio.
Los pocos aplausos sonaron sinceros.
Pero también tristes.
Un descanso merecido
Esa noche, don Ernesto —el viejo director del circo— lo acarició con ternura.
Lo miró a los ojos y le dijo en voz baja:
—Ya diste más de lo que debías, viejo amigo. Es hora de descansar.
Azulito no volvió al escenario.
Fue trasladado a una pequeña casa en el campo, junto a otros animales retirados del circo.
Allí no había luces, pero sí árboles, viento limpio y paz.
Cada mañana, aún sin público, Azulito abría sus alas.
Y aunque ya no volaba tan alto, lo hacía con el corazón, como si aún escuchara esos aplausos que una vez llenaron su alma.
📚 Final:
Creado por sobreanimales.com
Una historia sobre la vejez, el arte, el respeto y el legado silencioso que dejan los animales que nos dieron todo sin pedir nada.
Porque incluso cuando la última pluma cae… el alma sigue volando.